Si la transformación digital se ha convertido en un concepto fetiche para las organizaciones cuando se habla de cómo gestionar el cambio para acercarse a los nuevos consumidores, hoy no se entiende ésta tampoco sin otra palabra clave: disruptivo. Se trata de la capacidad para romper con las reglas establecidas o la forma de hacer cosas. En la Real Academia de la Lengua (RAE) la definición señala simplemente a rotura o interrupción brusca, pero en el ámbito empresarial está muy ligado con la innovación.
El concepto surge en 1995 gracias a un profesor de Harvard quien define por vez primera dos tipos de innovación: sostenible y la disruptiva. La primera, vendría caracterizada por el hecho de que por muchos cambios que traiga dicha innovación ésta no va a modificar nunca las reglas del mercado, pero en cambio las innovaciones disruptivas suponen un giro radical, de tal manera que reescriben las reglas del juego, modificando por completo lo establecido y llevando a los negocios que consiguen hacerla realidad a tener un éxito sin precedentes, pero sobre todo a aumentar notablemente su competitividad. Es lo que ha venido sucediendo con empresas como Uber, Airbnb, pero también Neflix, Amazon, entre otras.
La importancia de asumir este concepto radica precisamente en la capacidad que tienen las organizaciones de hacer frente a las necesidades del consumidor, adaptándose siempre al cambio de forma flexible como base para subsistir en tiempos de incertidumbre, garantizándose, así, la supervivencia en el futuro.
Porque ser disruptivo es la mejor vía para mantenerse en el tiempo frente a una actitud conservadora. Los negocios disruptivos además no necesitan realizar una gran inversión para lograr sus objetivos, tan sólo tienen claro una serie de pasos para conseguirlo.
El primero de ellos señala a que hay que pensar siempre en el cliente. Hay que conocer muy bien cuáles son las necesidades de los usuarios. Entender sus comportamientos, expectaciones, valores y sobre todo hay que acercarse a ellos por todos los canales posibles ofreciendo una experiencia que supere sus expectativas y que sea claramente satisfactoria.
Salir de la zona de confort, este sería la segunda idea. Buscar siempre nuevos retos y estar al tanto de la realidad es básico para crecer. Para ello, hay que gozar de pensamiento crítico y dejar paso a la creatividad, planteándose nuevas metas que puedan seducir al cliente.
En tercer lugar, tener claro que la tecnología debe formar parte de tu ADN. Abrazar sistemas, herramientas y soluciones que otorguen mayor de eficiencia y agilidad a sus procesos es básico. Comprender que la inversión en tecnología no es un gasto sino que es un aspecto clave que impulsa la innovación y facilita, también la disrupción, es el medio para generar nuevas oportunidades y saber gestionar el cambio con acierto.
Por ello, no se puede dar la espalda a conceptos como el Big Data, IoT o la Inteligencia Artificial, al ser aliados que permiten crear nuevas fórmulas para acercarse aún más al cliente.
También asumir que la innovación de procesos en el entorno empresarial ayuda también a romper con lo establecido, sumando un paso más en la mejora de la productividad y ayudando a diferenciarte de tu competencia.
Recuerda que si no innovas, tu competencia lo hará y te quedarás fuera.
