La innovación siempre ha sido una de las claves del éxito empresarial. Hoy día no entendemos ningún tipo de avance o desarrollo sin tener en cuenta que debemos asumir que ésta es imprescindible en la maquinaria de cualquier compañía. Pero ¿verdaderamente tenemos claro por qué debemos de innovar?
Las motivaciones pueden ser varias: lograr ser más competitivos, adaptarnos a un entorno cambiante, estar a la vanguardia, entender las nuevas necesidades del cliente…
En mi opinión, innovar trae como consecuencia el nacimiento de nuevas oportunidades de negocio, pero también una mayor eficiencia, siendo un factor esencial en las organizaciones para crecimiento de la productividad, pero hay más.
Precisamente en un contexto como el actual de alta volatilidad, la innovación cobra ya especial relevancia dejando de formar parte exclusiva de determinados departamentos en la empresa, como ocurría en antaño, para extenderse a lo largo de la misma llegando, incluso, a tener un espacio propio en la configuración de los nuevos entornos de trabajo.
La tendencia pasa por habilitar en las compañías lugares destinados fundamentalmente a salir de la zona de confort que surgen para dar rienda suelta a la creatividad, generación de ideas, intercambios y colaboración, pero sobre todo como un punto de inflexión donde cuestionarse los métodos, procesos y hasta las objetivos.
Porque de esto es de lo que se trata: de cuestionarse incluso las ideas existentes y de tener un enfoque prospectivo; de ser capaces de anticipar lo que va a venir, teniendo una clara visión de futuro.
Hoy no solo debemos conformarnos con adoptar nuevas tecnologías, como motor ineludible que son de cambio en el entorno empresarial, sino que hay que dotarse, también, de otras capacidades distintas y de un pensamiento cada vez más crítico, alejándonos de las tesis de la empresa tradicional.
La razón es que cada vez estamos más obligados a salir de inmovilismo por la enorme competitividad existente, fomentando la participación y cooperación entre todas las personas y los departamentos de nuestras compañías, pero también desterrando las antiguas estructuras rígidas y verticales.
Para crecer, y también para subsistir, hay que ser capaces de crear una cultura corporativa que no tenga miedo a los cambios, pese a correr el riesgo de equivocarnos, donde todos debemos formar parte activa. Es justo aquí donde el capital humano cobra especial repercusión en el éxito de cualquier proceso de innovador en el seno de las compañías. Así lo manifesté en la entrevista que se me realizó en el portar líder de innovación en español, Innova Spain, donde indicaba que es, en última instancia, el conocimiento el verdadero motor en las empresas para el avance.
En definitiva, no solo hay que canalizar los esfuerzos en renovar algo o implementar nuevas tecnologías, sino que debemos tener capacidad para generar nuevas ideas o cambiar de estrategias.
Realmente hoy cualquier organización tiene a su alcance la capacidad de innovar, sólo es cuestión de actitud y de entender finalmente que la verdadera razón para innovar está precisamente en la capacidad de generar conocimiento y que éste fluya y se intercambie en todos los departamentos de las compañías para poder avanzar, pero sobre todo, para aportar aún más valor a nuestros clientes. Solo así estaremos más y mejor preparados.